Declaración preliminar.
El que suscribe concibe el acto de votar como un derecho
inalienable amparado por la Constitución y la Declaración Universal de Derechos
Humanos. Eso significa varias cosas:
- Nadie puede quitarme, legítimamente, ese derecho. El reconocimiento legal de ese derecho es condición necesaria y suficiente para distinguir una dictadura de una democracia. Un Estado que asegura la posibilidad de que sus ciudadanos pueda ejercer periódicamente la elección de sus representantes mediante el sufragio universal, igual, libre y secreto no puede ser caracterizado como una dictadura. España es una democracia. Estará en proceso de deterioro acelerado o incluso de desguace. Nos gustará más o menos. Habrá que reformarla o refundarla. Pero es una democracia. El saludo sarcástico “Hola Dictadura” o la consigna “Le llaman democracia y no lo es”, más allá de la pura propaganda, son, simplemente, una “boutade”.
- El ejercicio del voto es un derecho, no una obligación. El ciudadano puede desistir libremente de ejercerlo y abstenerse. Pero esto no debe inducir a confusión: la abstención no es un derecho, sino la dejación de un derecho. El ejercicio del derecho a votar es legalmente protegible. La incitación sin coacción al ejercicio de ese derecho por parte de las instituciones y a costa del erario público es, en mi opinión, deseable en cualquier circunstancia, sin que pueda argumentarse que la invitación al voto perjudica el derecho de abstención, por cuanto que como he dicho, la abstención no me parece un derecho, diga lo que diga la Junta Electoral.
- El debate sobre a quién beneficia o perjudica la abstención, no tiene el más mínimo sentido y es puro fuego de artificio. La abstención, perjudica siempre a quien la ejerce. Por muy mayoritaria que llegue a ser la abstención, quienes votan y ejercen su derecho, por pocos que sean, son los que toman las decisiones y los que organizan la convivencia. Es verdad que, globalmente considerada, la abstención deslegitima y debilita la fórmula democrática de elegir gobiernos, porque configura gobiernos con escaso respaldo, susceptibles de ser sustituidos por dictaduras golpistas de cualquier signo. Por esa razón, la abstención no ha sido nunca ni lo es hoy, un instrumento revolucionario, sino favorecedora del populismo, que siempre es reaccionario.
- Sin llegar a tales extremos, en una situación de normalidad democrática, la abstención, considerada individualmente, no beneficia nunca al que la ejerce sino a sus oponentes y adversarios políticos. La abstención de un grupo ideológicamente homogéneo de votantes perjudica a ese grupo y beneficia siempre a sus oponentes. La abstención es un auto-castigo.
Formulada
esta declaración preliminar, sin duda discutible en cada uno de sus puntos,
intentaré desarrollar más amplia y fundadamente el análisis de la oleada
abstencionista que amenaza con invadirnos.
La primera
cuestión que abordaré es la difícil y compleja medición de “la intención de
abstenerse”. Todas las agencias de sondeos suelen anunciar con más o menos
contundencia un porcentaje de abstención. Pero ninguna suele explicar en que datos
se basa su vaticinio y cuáles son los métodos que utilizan para llegar a ellos.
El primer
dato para establecer cómo de amplia será la abstención se obtiene de una
pregunta clásica a los encuestados, que es la que sirve para establecer lo que
suele llamarse la intención directa de voto:
“Y suponiendo que mañana se celebrasen las elecciones
al Parlamento Europeo, ¿a qué partido o coalición votaría Ud.?”
Pues bien, ateniéndonos
a ese indicador, el sondeo del CIS previo a las elecciones del próximo domingo
publica los siguientes datos recogidos a finales de abril:
Intención directa de voto
|
Grupos:
|
Electores CERE
|
45,7%
|
A Partidos
|
15.759.779
|
0,6%
|
Nulos
|
206.911
|
3,9%
|
En Blanco
|
1.344.926
|
23,8%
|
Abstención
|
8.207.499
|
25,9%
|
No sabe/No contesta
|
8.931.691
|
99,9%
|
Total
|
34.485.294
|
Si nos
atenemos a estos datos no manipulados ni cocinados, los que tienen claramente
decidido abstenerse son el 23,8 %, unos 8,2 millones de electores. Constituyen lo que llamaré la abstención
estructural, en el sentido de que es la abstención permanente, la
ejercida por aquellos que nunca o casi nunca votan. Son los irreductibles, los
que se abstienen incluso en los momentos de mayor ilusión y movilización del
electorado.
En
determinados momentos, el desencanto que un partido o coalición electoral
provoca en sus votantes, como consecuencia del incumplimiento de sus promesas
programáticas mientras estuvo en el gobierno, puede provocar un aumento más o menos
significativo de la abstención estructural: muchos electores dudan entre dar su
voto a otras opciones o limitarse a negarle transitoriamente el voto a “los
suyos” mediante el recurso a una abstención coyuntural.
Medir esa
abstención coyuntural es harto difícil.
Contrariamente a lo que se podría pensar, la abstención coyuntural no es la mera
diferencia entre la abstención estructural y la que finalmente se registra en
las urnas. Porque existe un tercer componente, no estrictamente ideológico, que
también influye –y mucho- en la abstención total y es lo que llamaremos abstención ocasional. Está
constituida por la suma de múltiples circunstancias y decisiones personales que
no tiene una motivación necesariamente directa en el posicionamiento político
ideológico del elector.
En efecto,
pudiera darse el caso de que un ciudadano claramente decidido a votar a IU (o a
cualquier otro partido) se encontrase con que ha perdido su documentación y al
no poder identificarse, no puede ejercer su derecho y se le cuenta como
abstención porque está incluido en el Censo. Podría darse el caso de que se
viese obstaculizado físicamente para ir a votar (catástrofe, accidente…) o
sencillamente que se viera en la ocasión de poder elegir entre dos derechos y
optase finalmente por su derecho a irse a la playa e hiciese dejación de su
derecho a votar. En todos esos casos, estaríamos ante una abstención ocasional,
que no se deriva de una actitud militante contra el voto, ni es el resultado de
un desencanto, ni una actitud de castigo. Se trata simplemente de que aunque el
elector tiene claro a quién votaría, aunque sabe y declara abiertamente quienes
son “los suyos” opta soberanamente, en
esta ocasión, por hacer dejación de su derecho a votar, en tanto que
ejercer ese derecho no es una obligación.
En el
cuadro anterior hemos visto que el 45,7% de los electores tenía decidido, a
finales de abril, votar a algún partido
y que el 23,8% tenía igualmente decidido abstenerse. Un 25,9% de los electores
permanecían indecisos y no tenían clara cuál será su decisión final. Eran casi
9 millones de personas que, llegado el día de las elecciones ya no podrán
seguir en ese grupo, pues si siguen indecisos y no toman ninguna decisión, eso
se traducirá en que no vayan a votar y por esa razón los contabilizaremos en el
grupo de los abstencionistas. Puede que eso suceda y que los nueve millones en
bloque no se decidan a elegir un partido, a hacer nulo o votar en blanco y en
ese caso extremo, cabe admitir que se abstendrá el 48.7% del Censo, es decir,
más de 17 millones de personas.
Pero
también puede suceder que los indecisos tomen decisiones dispares y que unos
acaben votando a un partido, otros votando en blanco, otros haciendo voto nulo
y otros, finalmente absteniéndose. Para
hacernos una idea de cómo pueden evolucionar los indecisos, el CIS les suele
preguntar a todos sus encuestados:
En todo caso, ¿por cuál de los siguientes partidos o
coaliciones siente Ud. más simpatía o a cuál considera más cercano a sus
propias ideas?
Con las
respuestas podemos construir un cuadro
de afinidad sumando a cada partido u opción a todos los indecisos que se
han declarado simpatizantes de cada uno: es el indicador que suele llamarse Voto+Simpatía.
El sondeo
pre-electoral del CIS para las elecciones europeas de mañana, elaborado el
pasado mes de abril, arroja los siguientes resultados:
Intención + Simpatía
|
Grupos:
|
Electores CERE
|
62,8%
|
A Partidos
|
21.656.764
|
0,1%
|
Nulos
|
34.485
|
6,9%
|
En Blanco
|
2.379.485
|
27,3%
|
Abstención
|
9.414.485
|
2,9%
|
No sabe/No contesta
|
1.000.073
|
100,0%
|
Total
|
34.485.294
|
Es decir,
si a los electores que ya tienen decidido votar a algún partido, le sumamos
aquellos electores indecisos que manifiestan su simpatía o su cercanía a algún
partido, y aceptamos que les acabaran votando, encontramos que, normalmente, el
voto a partidos podría acabar llegando al 62,8% del Censo que son más de 21,5
millones de personas, a las que habría que sumar los casi 2,5 millones de
personas (7%) que acudirían a votar nulo o en blanco. Eso elevaría la participación al 69,8 % del
Censo y dejaría finalmente la sbstención en el 30,2%.
La diferencia entre los que tienen claramente decidido abstenerse y los “simpatizantes” totales de la abstención (Abstención + Simpatía) seria de un 6,4% (30,2% - 23,8%). Eso es lo que hemos llamado la abstención coyuntural: electores que antes votaban a algún partido y que pasarían de la indecisión a la abstención, seguramente porque aunque quieren castigar a su partido retirándoles el voto, no quieren castigarlo excesivamente votando a sus oponentes, por lo que se refugian provisionalmente en la abstención, a la espera de que su partido se renueve, cambie de dirigentes o le de cualquier excusa para volver a votarlo.
No estoy
sugiriendo, en modo alguno, que la abstención que se anuncia para el próximo
domingo sea exagerada. Lo que afirmo, sin sugerirlo, es que los electores que
están en una posición abstencionista activa, pueden evaluarse en torno al 30% del
Censo Electoral y no más.
Pero puntualmente,
con motivo de las elecciones europeas, una legión de abstencionistas
ocasionales, pueden sumarse a la abstención: el 30% de abstencionistas activos marcan un mínimo esperable. No es
probable que bajo ninguna circunstancia la abstención fuese inferior a esa cota
del 30% el próximo domingo.
Pero una
cosa es el posicionamiento partidario de los electores, que queda bien dibujado
con el dato voto + simpatía y otra cosa distinta es que debamos confundir
la intención de votar a un partido o la simpatía declarada hacia él, con la
probabilidad cierta de que esa intención se traduzca en un voto efectivo depositado
en la urna.
Un
ciudadano puede tener claro que, en caso de ir a votar, va a votar al PP. Pero
admite que podría no ir a votar. Su intención directa de voto es votar PP. Y si
le preguntamos qué partido le merece más simpatía o le parece más cercano a sus
ideas, volverá a contestar que el PP. Pero si se le pregunta por el grado de
seguridad con el que irá a votar, puede sorprendernos contestando que
probablemente no irá a votar.
La intención
directa de voto (a quién votaría, si votase) no compromete al encuestado a ir a
votar.
Si le
preguntásemos la razón por la cual no irá a votar, a pesar de tener claro cuál sería su voto, seguramente
encontraríamos repuestas no estrictamente ideológicas y muy diversas : viajará
con motivo de la final Champions League, pasará el domingo en la playa, tiene
que cuidar a los nietos, le ha salido un viaje imprevisto...
La estacion de Atocha acoge a los que inician el exodo deportivo a Lisboa ¿Volverán a tiempo y con ganas de votar? |
Y seguramente
esgrimirían excusas variopintas: su voto no es decisivo y ejercerlo no cambia
esencialmente el resultado; el parlamento europeo no es un poder decisorio, no
le interesa mucho la política, el poder de España en Europa va a ser el mismo
vote o no vote (cualquiera que sea la abstención se van a elegir 54 parlamentarios)…
Me atrevería a aventurar que si profundizásemos en los motivos y en las excusas, muchos accederían a admitir que no acudirán a votar porque, aunque tienen claro lo que votarían, se sienten avergonzados, cohibidos, intimidados ante familiares, amigos y conocidos porque su opción tiene mala prensa, pasa por un momento de estigmatización social, no es una opción defendible en su entorno y resulta preferible dejar claro, no acudiendo a votar, que no apoya las desviaciones y despropósitos del que, a pesar de todo, sigue siendo su partido.
En suma, la
abstención puede verse incrementada hasta límites insospechados, por muchas
consideraciones que no ponen seriamente en entredicho ni el sistema democrático
ni el sistema de partidos. Veámoslo con datos:
En las
Elecciones Generales de marzo de 2004, la participación fue del 75,66% y la
abstención fue del 24,36%.
En las
Elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2004, la participación fue del
45,14% y la abstención se elevó al 54,86%. A nadie se le ocurrió que el sistema
democrático estaba al borde del abismo, ni que el bipartidismo estuviese en
quiebra, ni que hubiese que abrir un proceso constituyente. No había crisis
económica.
En las
elecciones Generales de marzo de 2008, la participación volvió a ser del 75,23%
y la abstención del 24,67%, como en 2004. Ya se hablaba de la crisis y aunque se negase la crisis, el paro estaba
subiendo de modo desbocado.
En junio de
2009, fecha de las siguientes elecciones europeas, la crisis económica ya era
evidente, pero el comportamiento electoral no cambió sustancialmente: como en
la anterior convocatoria europea, la participación fue del 44,9% y la
abstención del 55,1%.
Las
Elecciones Generales adelantadas a noviembre de 2011, arrojaron una
participación del 68,94%. La abstención “estructural” que venía situándose en torno al 25%, subió
al 31,06%. Un crecimiento de 6 puntos. Dos millones de nuevos abstencionistas.
¿Con vocación de permanencia en el grupo? ¿O se trataba de un 6% de “abstencionistas
coyunturales”?
¿Cuál será la abstención el próximo domingo? Si la crisis económica y la crisis política hicieron aumentar la abstención en unos 6 puntos hasta 2011, el 55,1% de 2009, podría verse incrementado hasta el 61,1%. Eso si es que de 2011 hasta aquí no ha seguido creciendo.
Cuando el
CIS preguntó a sus encuestados en abril acerca de la probabilidad de que
acudiesen a votar lo hizo de dos formas distintas y estas fueron las
respuestas:
Pregunta 16
¿Y piensa Ud. ir a votar en las elecciones al Parlamento Europeo del
próximo 25 de mayo?
Sí, con
toda seguridad
|
43,3%
|
Probablemente
sí
|
21,1%
|
Probablemente
no
|
11,0%
|
No, con
toda seguridad
|
18,9%
|
Aún no lo
tiene decidido
|
5,5%
|
N.C.
|
0,2%
|
Cuando se
ofrecen 4 respuestas posibles, 64,4% del Censo se muestra propenso a votar.
Pero sólo un 43,3% de los encuestados prometen ir a votar con toda seguridad.
En
contraposición, los abstencionistas “militantes” son el 18,9%. Sumándole los
abstencionistas dubitativos, llegarían al 35,6%. Y si a ellos les sumamos los
indecisos, los abstencionistas sumarían el 41,3%. En 2009, sumaron el 55%. El
ambiente abstencionista no parece ser tan intenso como en las últimas europeas.
El CIS
intenta matizar más aún, formulando una nueva pregunta:
Pregunta
22
Me gustaría que me dijera cuál es la probabilidad de que Ud. vote en las
próximas elecciones europeas, utilizando para ello una escala de 0 a 10, donde
0 significa "con toda seguridad, no irá a votar" y 10 significa que
"con toda seguridad irá a votar".
0 No irá a
votar
|
16,1%
|
1
|
4,0%
|
2
|
4,0%
|
3
|
3,2%
|
4
|
2,6%
|
5
|
8,1%
|
6
|
4,5%
|
7
|
7,5%
|
8
|
9,9%
|
9
|
10,0%
|
10 Si irá
a votar
|
28,8%
|
Cuando se
ofrecen más respuestas, el resultado se matiza y los dos tramos más propensos a
votar suman el 38,8%. Pero debemos
suponer que esa escala divide a la población en tres sectores:
- Propensos a Abstenerse (Tramos 0,1,2,3 y 4) que suman el 29,9% del Censo.
- Indecisos (Tramo 5) que suman 8,1%
- Propensos a votar (Tramos 6,7,8,9 y 10) que suman el 60,7% del Censo.
Podemos admitir, subjetivamente, por simple intuición, que
finalmente solo acudirán a votar los dos sectores “más forofos” (Tramos 9 y 10)
la abstención sería del 61,2%. Un poco mas que en 2009.
Evolución del voto a los mayoritarios y la abstención en las elecciones europeas |
Parece
mucho. Casi apocalíptico. Pero es lo normal. Es lo esperable: un crecimiento de
6 puntos con respecto a 2009. Solo seis puntos, dos millones de personas, que forman el
contingente de desafectos (¿coyunturales?) que
han cosechados los feroces ataques al supuesto “bipartidismo”. Finalmente, esos habituales
del "bipartidismo", han decidido no votar "Otros" pero tampoco a sus preferidos.
De ser así, habrían decidido auto-castigarse, castigando "a los suyos" con su abstención. Castigarlos, ma
non troppo. Probablemente
consigan que ganen aquellos a los que no quieren premiar. Y facilitar que lleguen
al Parlamento Europeo aquellos a los que no querrían ver en el Gobierno de
España. Pero todavía tienen que decidirlo ellos. Lo que les de la gana y porque les da la gana Soberanamente. Podrán hacerlo, porque viven en una democracia.
Mañana lo
veremos.